Dejamos aquí un interesante artículo publicado recientemente por nuestra orientadora en la Revista diocesana Barca de Santiago. Esperamos sea de vuestro interés.
Como estudiante tienes obligaciones; tienes que asistir a clase, hacer los deberes, trabajos y llevar al día las asignaturas. Tienes que estudiar pero también te gustaría tener tiempo libre para estar con los amigos o disfrutar de otras actividades Podría parecer imposible equilibrar todas estas responsabilidades, pero puedes lograrlo con un poco de ingenio, mucha planificación y el apoyo de tus seres queridos.
Seguro que muchas veces os habéis preguntado cómo organizar el tiempo fuera de las clases para poder tener tiempo libre, y esto es posible, porque no sabe más el que estudia más, sino el que estudia mejor.
El trabajo del estudiante requiere esfuerzo, orden, responsabilidad. Si se hace bien os va a servir para prepararos para la vida, pues esas actitudes y hábitos educan el carácter y os serán útiles en los proyectos laborales y personales que más adelante emprendáis.
Las horas académicas y las de tiempo libre deben vivirse como una totalidad educativa, todo forma y educa, incluso el tiempo libre y de ocio.
Son numerosos los valores que se pueden trabajar en el tiempo después de clase: amistad, compañerismo, trabajo en equipo, constancia, servicio a los demás.
Y hay tiempo para todo, la clave es una buena planificación y gestión del tiempo.
Elaborar un calendario de estudio rebaja la sensación de falta de tiempo y la ansiedad que aparece cuando hay muchas tareas a las que enfrentarse y no se sabe por dónde empezar. En estas situaciones ponerlo por escrito y visualizarlo aumenta la sensación de control y de productividad. Son muy útiles las aplicaciones que permiten la elaboración y gestión de calendarios. Recomiendo el formato mensual ya que permite de un solo vistazo ver los días disponibles para el estudio o las semanas de exámenes.
Antes de iniciar el estudio es importante planificarlo y ver cómo se va a distribuir ese tiempo, teniendo en cuenta la curva de trabajo, que es la evolución que una persona experimenta cuando hace una actividad y en la que su capacidad de concentración pasa por períodos de mayor y menor rendimiento debido a la aparición de la fatiga. Por eso no se deben dejar las tareas de mayor dificultad o que precisan de una mayor atención para las últimas horas del día en las que estamos más cansados.
El orden y la organización del tiempo personal de estudio aumenta la autoestima y la tranquilidad, y nos permite revisarlo y modificarlo según el avance en cada materia.
No hay que estudiar todo todos los días, pero se debe dedicar un tiempo a repasar las asignaturas que se han dado ese mismo día y preparar las que se darán al día siguiente. Es muy importante tener un tiempo de trabajo diario para cada asignatura.
El modelo ejecutivo de la inteligencia nos da las pistas para que el aprendizaje sea eficaz, debemos potenciar los “factores no cognitivos”, es decir, aquellos que tienen lugar sólo cuando participamos activamente, mantenemos la atención, fijamos metas, soportamos la frustración, y somos capaces de esforzarnos.
El objetivo es ser productivos en el tiempo de estudio y poder tener tiempo para otros temas como el deporte, la música, los idiomas que van a ser muy beneficiosos en el rendimiento escolar .
Estudiar un instrumento, practicar deporte, teatro, o estudiar un idioma tiene implicaciones en diversos ámbitos del desarrollo, como la mejora de la autoestima, llevar objetivos adelante, constancia, inteligencia social, método de estudio, rigurosidad, entre muchos otros.
En la escuela del futuro hay que empezar a apostar por que las actividades extraescolares y otras actividades lúdicas que se organicen desde la escuela se integren como parte del aprendizaje de los alumnos y se relacionen directamente con los proyectos, las experiencias de aula y el currículo.
¿Cómo podemos ayudarles?:
Las familias y los educadores debemos fomentar en nuestros niños y adolescentes el ánimo para hacer proyectos, el entusiasmo por las cosas, la perseverancia para superar las dificultades. Detrás de la motivación al iniciar una tarea está la búsqueda de satisfacción, pero no podemos olvidar que hay muchas cosas que hacemos sin tener ganas de hacerlas, es lo que llamamos “sentido del deber”. Es maravilloso hacer las cosas por entusiasmo, por gusto, pero cuando no sucede así, habrá que hacerlas porque es nuestra obligación. Debemos enseñar esto a nuestros jóvenes.
Y también hay tiempo para disfrutar.
Estos son años maravillosos para educar su mirada ante las necesidades del mundo y preparar los talentos que el Señor le ha dado para ponerlos al servicio de los demás.
Estamos en una etapa crucial en la vida de los jóvenes, la identidad que va a marcar la vida adulta se fragua en las decisiones que se toman a estas edades.
La familia y los educadores tenemos un papel muy importante: ¿qué experiencias y ambientes les proponemos para que les ayuden a prefigurar estas decisiones? ¿Desde qué modelo de persona y desde qué valores?.
Son los años de descubrir la amistad en el trabajo con otros, de tomar conciencia del mundo en qué vivimos, de descubrir todas las cualidades y posibilidades que tenemos cuando nos abrimos a los demás, de descubrir que las personas estamos llamadas a la solidaridad.
Los jóvenes necesitan pertenecer a una pandilla de amigos, la amistad es el gran descubrimiento de estos años. Con sus amigos van a aprender a convivir, a escuchar a dialogar a cooperar, a asumir responsabilidades y dar cuenta de ellas, a descubrir el sentido social de nuestra existencia.
Las vivencias que tienen los adolescentes en su tiempo libre están muy relacionadas con la creación de la identidad del joven en dos aspectos:
-La pertenencia a un grupo de amigos y su identificación con ellos es fundamental, hasta tal punto que el ocio se basa más en el hecho de estar con este grupo de amigos que con las actividades que realicen.
– El deseo de reafirmar su autonomía buscando actividades propias.
Y la Iglesia está ahí y sale a su encuentro y les llama a abrirse a la dimensión trascendente y religiosa que tiene toda persona.
Los educadores y las familias debemos suscitar en ellos el deseo de querer tener un sitio en el corazón de la Iglesia a través de todo lo que ofrece: pastoral infantil, juvenil y universitaria, movimientos y asociaciones, donde los jóvenes puedan descubrir su vocación profesional y de vida solidaria. La solidaridad afirma que estamos llamados a vivir en una Gran Familia, en fraternidad y sólo en ella tiene pleno sentido nuestra existencia.
Se trata de un proceso vital que configurará sus actividades y relaciones personales el resto de su vida.
Si algo sabemos de la persona es que está hecha desde y para la Solidaridad.
Yolanda María Gómez Gómez